IGNACIO

Esta mañana una mujer tomaba café.
No.
Esta mañana un café estaba tomando a una mujer.
Era vieja. Más vieja que ninguna otra mujer que haya visto.
En su cara se había secado un pantano. Tenía unos pocos pelos erguidos al cielo, soberbios hilillos enlacados desafiando al frío y al viento. Se le notaba el gusto por los estampados en su indumentaria confusa e hipnótica.
Miro de reojos.
Hay una mosca dentro de su café au lait.
Dibuja círculos a su alrededor con la cucharilla y le da por pensar en aquella vez, hace mucho tiempo, cuan do la gente era en blanco y negro, que vio un gatito ahogándose en el río y ni corta ni perezosa lanzó al Ignacio con zapatos y todo al lado del gatito para que lo rescatara.
El Ignacio, que era su novio, se enfadó tanto que empezó a maldecir en arameo mientras tiritaba y se se le ponían los labios azules. Cuando hubo terminado le dijo en un perfecto castellano: ya no quiero ser más tu novio. Te quedas con el bicho.
Y así hasta esta mañana.
Supongo que jamás hubo otro Ignacio, por la cantidad de comida para gatos que asomaba por los bordes de la bolsa del supermercado.

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