EL PATAS

Cuando fui pequeña "el Patas" casi muere de canica en el colegio.
Yo le odiaba.
Los niños malvados, los buenos, incluso los que llevaban gafas me decían que yo iba a ser su novia. Entonces yo me enfadaba y les pegaba con toda la fuerza de mis tripas y luego lloraba en el aseo como los cocodrilos.
Yo no quería ser la novia del Patas. Tenía un cuerpecito y una cabeza superpequeña en comparación con sus extremidades, como una araña bípeda o qué sé yo. Seguro que hubiera podido rodear todo el colegio en un abrazo o llegar a casa en dos zancadas sin necesidad de coger el autobús y , aunque yo jamás de los jamases se lo hubiese pedido, bajarme la luna.
Un día, jugando a las canicas se negó en rotundo a darle al Davilillo la canica blanca que había perdido en justo duelo de titanes, todo muy limpio y legal.
Se la escondió en la boca y al ir a discutir con todos los presentes la canica rodó lengua pa dentro.
Empezó a ponerse rojo, luego blanco y luego gris tirando a lila mientras se movía como uno de esos hinchables de la feria hasta que Don Francisco le hizo la maniobra de sfhahfsodfn que consiste en abrazar con los puños y por la espalda al atragantado hasta que escupa o te lo metas dentro.
E igualito que hipopótamo azul del tragabolas el Patas escupió lo que a mi entender era la luna. 
Mi luna.
Hoy el Patas se llama  Carlos y es taxista. Está más compensado y cuando me mira de reojo por el retrovisor recuerdo cómo defendió la luna por mi y me pongo roja.

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