CATARATAS

Puedo ver, sentada en una roca, a lo que me parece desde aquí una niña rubia con mochitos y calcetines de hilo. Una princesita rusa asomándose al abismo, con los ojos desnudos, sin miedo, con el alma aún blanca, sin hematomas  y me reconozco cuando gira la cabeza. Soy yo antes de ser camarera, madre o alegoría del desastre, un campo virgen donde sembrar traumas, encerrado en cuatro paredes de ladrillo que entumecen casi todos los huesos y los sueños.

Estoy contemplando las cataratas, donde la tierra se rompe, donde comienza la magia y aparecen los mitos. 
El agua rugiendo en un último llanto suicida
golpeándose entre ellas las gotas
combate final
pérdida de la disciplina mansa previa
ansia de belleza antes de la caída libre
.
.
.
 y la paz estrellada en el río.

Agua que ruge y vuela
agua que se vuelve lluvia por segundos...

Y la luz hace el amor con el agua, roza sus hombros de mujer pagana y desde allí, una vez inundados, le dibuja un arcoiris que la une a la tierra, para que no se pierda…
 y el sol se enamora cada día de ella porque es la única amante que le devuelve al tacto luz y no sombras o tinieblas.

Si alguna vez te nombro en la caída
yo, que como humana adulta, contengo el mismo porcentaje de agua que el planeta...
Si siento la necesidad de gritar y de mi boca sale tu nombre detrás de esas letras azules, hipotérmicas tras el temblor,
también espero que sea tu mano la que me vuelva luz si el desastre se acerca y poder construir una casa de plata sobre ella para que el viento la meza.







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