IR A LA PELUQUERÍA

Estoy en la peluquería.
La pandemia ha desconfigurado mi espejo y apenas reconozco a la persona que dejé en su superficie fría y reflectora dos meses atrás.
He optado por un cambio de look. Tinte, corte, pilin facial, cejas, permanente de pestañas, ingles, piernas y axilas... Calculo que saldré de la peluquería tarde, muy tarde, no creo que llegue a cenar. Para comer me he traído una fiambrera con las sobras del cocido. Lo quieres ver? Sé que eres un moderno y te escandaliza que alguien lleve cocido en una fiambrera. Asómate. Ves? Esto redondo son garbanzos, no? humus del súper esferificado. Ahora sí, eh jovenzuelo?
He desayunado 3 magdalenas y café con leche y orfidal. Menú confinamiento. Aún lo arrastro.
He cogido la bolsa, dinero y la pistola. Llego a la puerta y antes de salir reculo y me despido de la fea del espejo.
Espero mi turno.
Cojo una revista.
No conozco a nadie. Leo sólo las letras gordas y grandes. No creo que el resto merezcan mi atención.
Hay señoras altas y perfectas, esculpidas durante la creación por dioses griegos en el taller de al lado del mío.
Empieza a llegar gente que habla con la peluquera de cosas de la tele y la revista. Se lo sabe todo la tía y para todo tiene opinión y chascarrillo.
Estoy un poco nerviosa.
Depilarse las cejas es algo muy tonto y doloroso. Son como pellizcos del demonio, hasta se me escapa alguna lágrima.
Y siguen...
Ahora han pasado al alcalde de mi pueblo que se ha separado parece ser.
Los políticos no deberían procrear, con ellos debería finalizar su estirpe, pero sólo lo pienso.
Ahora me ha puesto el tinte en las cejas y el pelo y me dice que puedo comer mientras espero. Delante del espejo esto empieza a parecerme lo contrario a una buena idea.
Estas locas parecen encantadas de estar aquí. Poco se habla de esta comunidad. Ahora ya opinan de todo el mundo. Brutal.
Vecinas, jefes, maridos, hijos de amigas...
Están todos estos entesflotando en el aire con un olor a amoniaco que te vuelca de la silla sin poder escapar de este cubículo.
De repente recuerdo una historia que me pasó con un tío hace ya unos años. La memoria es así. La memoria es una señora que se levanta del sofá y se queda boquiabierta delante de la puerta abierta de la nevera. Nunca sabes cómo llegaste allí.
Me van a delatar.
Me está entrando sueño con el agua caliente resbalando por el pelo hasta mis orejas donde hace un remanso. Ahora las oigo como si estuvieran dentro de una caracola.
Ojalá estuvieran dentro de una caracola y las pudiera aplastar.
Antes de que cuenten lo mío.
Ya tengo el pelo envuelto en una toalla y la mascarilla. Empezamos con la cera.
De repente oigo su nombre.
Lo dice la rubia de pocos pelos.
Y me mira de reojo.
Baja el tono e inicia una pausa dramática y me vuelve a apuntar con la mirada.
Toda la maldad del planeta le cabe en esa media sonrisa.
Dicen que la atención sobre una cosa desaparece cuando sucede otra de mayor envergadura. Nadie puede saber que me enamoré de aquél tipo y que me dejó el corazón agujereado.
Así que me levanté como pude. Saqué la pistola y la encañoné.
Todas chillaron y yo más, que para eso era la única que tenía pistola.
Le pasé la maquinilla al cero por el centro de la cabeza. Como si hubiese arado una mala cosecha de campo de trigo.
Luego me fui hasta la peluquera, le dibujé una polla en la frente con el tinte y le arranqué las cejas con cera, acabé con todas sus expresiones mientras todas lloraban esperando su turno.
Pero ya no podía más. Se me había quedado medio coño pegado a la ingle con cera y se estaba secando, así que lo mejor era marcharme de allí. Mientras tiraba unos cuantos muebles y rociaba con laca a las que me quedaban más cerca.
Ale. Arreglado.
A ver qué contarás ahora de mi, hija de culebras.
Me encierro en casa. Separó mis partes de mis otras partes, me lavo la cara, me seco el pelo... Pues sí he quedado mona, la verdad. Puedo quedarme encerrada un par de meses más. Cambio de consciència decían, sí...
Play!


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