MI AMIGO GINÉS

Calculo que por aquél entonces yo tendría unos treinta y cinco años menos que ahora. Curiosamente lo recuerdo porque vestía coletas, faldas a la rodilla, calcetines de hilo blanquísimos hasta la falda y zapatos ortopédicos.
Tenía un amigo que se llamaba Ginés.
Ginés tenía unos sesenta años y la muerte se había encaprichado con él. 
Era el vecino de mi abuela y cuando Teresa, me oía subir las escaleras salía a buscarme: ¡Ven a ver a tu amigo Ginés!
Me sentaba en la mecedora que sonaba a chicharra y le traía un poco de verano a su cara de porcelana. Él me contaba en glíglico historias falsas de viajes falsos y mujeres falsas que nadie entendía y yo le sonreía, bajo los tubitos de la nariz parecía que él también lo hacía y Teresa también lo hacía.
Pobre Ginés. Tenía de un lado a Dios tirando de sus pulmones y al otro lado una niña de mochitos que sonreía en una mecedora chillona. No se atrevía a elegir y de momento yo ganaba.
Un día don Joaquín me castigó y me tuvo una hora de cara a la pared por pegarle a un niño que se coló para beber agua en la fuente... Cuando llegué a ca la abuela, Teresa no salió, ni ese día ni ningún otro más. Fue la abuela la que me dijo que Ginés se había ido al cielo.
Esa fue la primera vez que Dios me hizo trampas.




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