SAGRARIO

Sagrario fue la niña más bonita del pueblo. Tuvo los ojos azules como los sugus de piña y la piel blanca como la mollita del pan, como la hostia en misa. Todos sabían que sería una niña triste, porque las niñas más bonitas son las niñas más tristes, dicen.
Perdió los dientes de leche antes que nada, luego perdió a su madre se fue lentamente por la carretera de Albacete, se fue haciendo pequeñita hasta desaparecer y seguidamente perdió a su padre que se fue también por el puente hacia abajo.
Ahora es más vieja que su abuela y dicen que está loca.
Yo creo que está enferma de la vida. A mí me gusta sentarme a su lado y que me cuente historias mientras acuna a su bebé. 
Todos sabemos que es un muñeco, todos menos ella, que es lo verdaderamente importante, y le cuida con todo el amor que le queda rebañado por los pliegues de su corazón. No le sorprende que no llore ni crezca, sólo repite que es muy bueno y lo aprieta tan fuerte que estoy segura que un día se le caerá dentro.

Me cuenta que anoche, cuando llovía, parecía que dios estaba haciendo palomitas en el techo de su casa  y que ordeña calamares para escribir, en trocitos de papel, estribillos de canciones y nanas.
Cuando Sagrario se aleja por la cuesta del mar, el  sol, que arde sobre su cabeza como un sombrero incendiado, desprende de su cuerpo un alma negra y vieja que estampa en el suelo como el tatuaje efímero de la sombra de su triste cuerpo que le acompañará hasta ponerse a cobijo en su casa, lejos de los locos que, por fin, se quedan fuera.

Comentarios

Entradas populares