PELEAS DE CHICAS
Qué asco da morderte tus propios dientes mientras respiras el barro que has fabricado con la sangre que se te sale del cuerpo. Paladear el hierro que contiene. La sangre es la primera en abandonar la batalla, ¿qué le vamos a hacer? Se hace charco y se queda esperando a que vuelvas a caer encima sin mucha fe en el resultado.
Nunca me gustaron las peleas. Muchas veces cuando tenía que pelear lo hacía sin ganas porque a esas cosas hay que ir aunque no te gusten.
Yo había llegado al campamento porque hacían falta personas. Primero llegó un gordo con un traje y un puro, luego los materiales, los negros, unos pocos blancos, unos pocos indios peleones que no sabían dónde colocar, las vías y un poco antes que el tren y las casas de madera llegamos las mujeres.
Dolly era la más mala de todas las mujeres del planeta. Cuando el matasanos le dijo que no podía tener críos, que por dentro estaba más tiesa que la mojama, se tatuó un bebé en la panza y cuando estaba gorda y se sentaba a roncar en la mecedora parecía que el niño abría más los ojos y te miraba y se ensanchaban los mofletes y sonreía maléfico, pero una vez le picó un mosquito que la puso tan enferma que perdió 2000 kilos por lo menos y su teta derecha cubrió por completo la frente del bebé y los pellejos le arrugaron el dibujo y el espectáculo era deplorable y siniestro.
Yo me enamoré de T nada más se abrió la escotilla ésa de la caravana y la Dolly también. Entonces ella Me dijo un día de sublime despecho, que esos ojos azules como dos pavos reales que ella tenía no nos habrían de ver juntos jamás.
Y empezó la pelea.
Le tiró a T un saco de beans que pesaba media tonelada y el otro pobre, con lo recogidito que es, se quedó aplastado y morado debajo.
Para cuando llegó el sherif a salvar la vida de T yo ya estaba cabalgando sobre el enorme solomillo que tenía por espalda la Dolly, ella giraba como un búfalo y resoplaba, yo ya me había levantado del suelo un par de veces y esta última conseguí morderle un ojo.
Nunca lo había hecho antes, es como morder una hueva de caviar, una sensación agradable por chispeante y explotante de no saber que es un ojo, obvio.
Ahora ya solo gritaba y se llevaba las manos a los recién estrenados agujeros de la cara.
Y al oído le conseguí comentar, recuperando el resuello
- Te entiendo, Dolly, sé que la única forma de dejar de quererle es no viéndole. Un día me lo agradecerás. Yo haría lo mismo con los míos si no me quisiera e incluso sé que tú me habrías ayudado.
Nunca me gustaron las peleas. Muchas veces cuando tenía que pelear lo hacía sin ganas porque a esas cosas hay que ir aunque no te gusten.
Yo había llegado al campamento porque hacían falta personas. Primero llegó un gordo con un traje y un puro, luego los materiales, los negros, unos pocos blancos, unos pocos indios peleones que no sabían dónde colocar, las vías y un poco antes que el tren y las casas de madera llegamos las mujeres.
Dolly era la más mala de todas las mujeres del planeta. Cuando el matasanos le dijo que no podía tener críos, que por dentro estaba más tiesa que la mojama, se tatuó un bebé en la panza y cuando estaba gorda y se sentaba a roncar en la mecedora parecía que el niño abría más los ojos y te miraba y se ensanchaban los mofletes y sonreía maléfico, pero una vez le picó un mosquito que la puso tan enferma que perdió 2000 kilos por lo menos y su teta derecha cubrió por completo la frente del bebé y los pellejos le arrugaron el dibujo y el espectáculo era deplorable y siniestro.
Yo me enamoré de T nada más se abrió la escotilla ésa de la caravana y la Dolly también. Entonces ella Me dijo un día de sublime despecho, que esos ojos azules como dos pavos reales que ella tenía no nos habrían de ver juntos jamás.
Y empezó la pelea.
Le tiró a T un saco de beans que pesaba media tonelada y el otro pobre, con lo recogidito que es, se quedó aplastado y morado debajo.
Para cuando llegó el sherif a salvar la vida de T yo ya estaba cabalgando sobre el enorme solomillo que tenía por espalda la Dolly, ella giraba como un búfalo y resoplaba, yo ya me había levantado del suelo un par de veces y esta última conseguí morderle un ojo.
Nunca lo había hecho antes, es como morder una hueva de caviar, una sensación agradable por chispeante y explotante de no saber que es un ojo, obvio.
Ahora ya solo gritaba y se llevaba las manos a los recién estrenados agujeros de la cara.
Y al oído le conseguí comentar, recuperando el resuello
- Te entiendo, Dolly, sé que la única forma de dejar de quererle es no viéndole. Un día me lo agradecerás. Yo haría lo mismo con los míos si no me quisiera e incluso sé que tú me habrías ayudado.
❤️😘❤️
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