MIRA

Sólo tienes que mirar.
Mira la gloria cómo se despereza líquida
entre los dedos.
Sólo tienes que mirar.
Mira cómo la boca se entreabre y resbala el gemido entre los dientes causado por el zumbido de la sangre que baja rauda a socorrer la hinchazón de los labios verticales...
Y del techo una bombilla frunce una energía intermitente, cósmica, como una estrella caída de un cielo blanco cubriendo de luz, con un pudor sutil, el pacato onanismo de un domingo célibe.
Los dedos afilados dibujan círculos impacientes en la voluptuosidad de unos muslos que generosos abren paso.
Sólo tengo que mirar.
Sólo tengo que mirar. Cierro los párpados como pesados telones color burdeos y dentro de los ojos veo, tras la tramoya, cómo explota tu cuerpo derramando su sangre blanca por mi vientre en un un último espasmo. De repente sobre mi, la vida corre como río de agua tibia entre las piernas hasta un desfiladero desde donde poder estrellarse para descansar, justo después de casi fracturar la columna, con un arqueo perfecto, llenando  de nada el ángulo resultante para facilitar la posición de una ofrenda ya rendida, derrumbada, casi vergonzosa, ahogando el aire, recalculando la respiración, inhalando almohada, reclamando una caricia ajena inexistente.
El resto ya sabes.
Sólo tienes que mirar.
Recoger los restos del naufragio. Agua, jabón, despertador e insomnio.
Tal vez pude escribir los versos más tristes esta noche... sin embargo esta noche sólo podría presumir de haber conseguido un pragmatismo más lascivo.

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