LÁGRIMAS Y MOCOS



Las ocho de la tarde.
El sol tiene aún el volumen demasiado alto para mi gusto.
Cojo el coche para volver a casa. El semáforo en rojo y bajo su exigua sombra una pareja se besa, tal vez, con demasiada efusividad para el calor que hace. Seguro que son los primeros besos, son los que más gustan con ese sabor a madrugada africana, a ver que en el ticket de la compra te han cobrado 3 packs de atún y llevas cuatro...
Cuando se consiguen separar para recuperar el resuello reconozco su cara, la de Él, la de Tú, la de Tí, la Tuya. Mi Ello...
Estoy tan bloqueada que necesito que el conductor de atrás me pite para volver a insuflar un poco de oxígeno en mi cabeza y resolver el estado de parada cerebral en el que he entrado. 
Entro en furia y llego a casa. 
Saco todas las fotos de los marcos, les doy la vuelta y dibujo emoticonos de caritas sonrientes y de cacas con ojos y de flamencas.
Tiro tus restos por el balcón mientras pienso en llamar por teléfono a algún señor que me ayude a vengarme, pero no me apetece cocinar y ni siquiera  sé dónde dejé el abridor del vino. Entonces decido inmolarme con tu ausencia y masturbarme hasta romperme los dedos, pero me corro antes... y entonces estallo a llorar con tanta fuerza que entre las lágrimas y los mocos creo que se me van a borrar las pecas y tengo tanta calor que me pongo a sudar y soy una mezcla de fluidos dantesca, un pantano de sentimientos hídricos y siento que estoy a punto de agotar mis reservas de agua y que voy a morir derramada sobre un lecho de viscoelástica absorbente. 
Llamaría a una ambulancia pero no tengo cobertura.
Debo aprender a controlar mis sentimientos unilaterales.

A pesar de la hermosura de una lágrima al evaporarse y secarse, por la mañana sólo es la metamorfosis poética de una legaña.




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