LLORAR

En perpendicular y de espaldas a mi ventana un abrigo amarillo de unos 70 centímetros se convulsiona sujeto por los desgarrados nervios terminados en mano de la que se supone la madre del contenido que sustenta el amarillo abrigo.
Llora y chilla y no tiene hambre, sueño, dolor o problema. Llora por una manzana de caramelo del puesto del otro lado de la carretera.
La madre le insta a que  no llore con cierto desespero aún comedido.
Empieza así la dictadura del llanto.

Nunca más podremos volver a llorar por una manzana de caramelo o por subir a un árbol o por no poder comer tierra o porque sthendal te reviente el pecho al ver por primera vez el mar en un lienzo de vida real.
Sufriremos la ausencia del llanto como una soledad que se alimenta de espejos, como un ángel que con cuarenta años se intenta masturbar, como un jilguero cantando saetas, como las flores de cementerio, como los muslos turgentes que se marchitan en nombre de dios, como la desolación por la inminente desaparición de los pelirrojos del genoma del español medio.

Hoy he llorado. 
He llorado tanto que he temido ser bebida por mi gato.
He llorado por los chicles cheiw, por "la bola de cristal" ,por el cierre de los videoclubs, por los pedrazos que me dieron, por los pelos que arranqué a puñaos, por las rodillas llenas de pelaos, por las matemáticas de tercero, he llorado por mi y por todos mis compañeros.
Hoy he llorado.
He llorado tanto que he temido convertirme en el charco que le ve las bragas a la Almudena mientras escucho el canto de las ballenas.
Porque ya no se puede llorar.
Cuando te haces mayor es incómodo.
Está feo.

Pero un llanto solidificado es una pena
y la suma de penas una horca atada al cuello, sujeta por las manos de aquéllos verdugos que las sustentan.
Llora. Alto y claro. Hasta que te de la gana y la risa.

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