El que espera desespera

 


Qué pensará la noche cuando salga y no le encuentre, qué disparo de luna estará esquivando al otro lado del muro.

Una calesa arrastrada por hipocampos surca las las olas comandadas por un Tritón pusilánime apaciguando las olas con su corneta ante la falta de amantes en la orilla.

Y él, imperturbable en el epicentro de mi pecho. Mientras acaricio los jazmines de su pelo y me enamoro de ese olor le mece el sol, y la paz se adueña de sus entrañas de algodón.

Tengo la cabeza como un descampado, ahí no crece ningún árbol que de vino. Lo tengo que comprar embotellado en cualquier supermercado, que no en farmacias que es otra de las cosas que me fascina, todo dificulta la analgesia necesaria para que abdique por unas horas la tortura que provoca el pensarle. 

De repente, en el páramo de la memoria aparece una señora viejísima, con el pelo del color de los dientes y los dientes escasos como mis años en aquél entonces. 

La Concha era una mujer intrigante. Subía a nuestra infancia como la madrastra de un cuento y se sentaba a ver como comíamos o esperaba en el sofá a que terminasemos. Otras veces cantaba canciones de misa por el patio de luces mientas tendía cuatro pendones en unas cuerdas imposibles con sus bracitos cortos de tiranosaurio Rex, imagino que se fueron adaptando a esa posición tras años de sujetar un bolso contra el pecho: veniiiid y vamos toooo o dos con flores a porfiiiia, con flores a porfiii i i a que madre nuestra eeees. Era como una cacofonia litúrgica disléxica y tenebrosa. En mayo llevábamos flores a María (no sé por qué mi madre me obligaba a hacer eso con la Concha, la verdad, quizás luego la llame para exigirle explicaciones) que arrancábamos por el camino, porque cuando yo era pequeña había flores por el camino, otros niños compraban sus flores en las tiendas de flores y yo pensaba si no sería eso una alegoría de mi vida futura y si eso le gustaría a María. 

Si hoy en día pudiera mirar hacia atrás me vería el pelo. Pero tengo muchas cosas que hacer, me centro en el presente, en el tipo que vive en mi cabeza, en quererle y en restar los días que faltan para verle.



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