DE LOBOS MANSOS Y CORDEROS INSUMISOS


Tengo dos lunares en la cara.
Debajo de cada ojo.
Puntualizando cada mirada.
En la piel manchada y blanca que apunta de frente al cielo y la marea
a la luna cuando luce llena.
Rayo de luna, alambre galvanizado que teje piadoso la cordura a través de mis manos conductoras de desdichas.
Si te pongo en la piel del lobo cualquier cordero te sabe a rancia obediencia doméstica, nuca descubierta, latente yugular que grita en el pálpito visible


- Libera mi sangre, impregna de hierro y vida la tierra baldía, que alrededor florezca la vida, llena el hueco del mordisco de dientes y encías, olvida la existencia de este cordero nihilista y conviértelo en poesía.

Para y por el cordero lloro como llora la charca la ausencia del vuelo de la libélula,
como llora el crisantemo sobre el cementerio,
como llora la luna la envidia de tu pelo
como llora la noche el insomnio sobre el asfalto con manido desconsuelo.
He pretendido inhalar amor en cada beso desprendido tras la rendición en otras bocas
de cualquiera de mis labios altivos pero es la suya,
su boca muda,
su lengua muerta
la que aún desprende la miel ordeñada a través de nudos de esparto del abismo del que cuelgan mis piernas,
nunca me asomé a un precipicio que no deseara saltar, 
siendo tú lobo manso y yo cordero insumiso prefiero el salto y el grito al silencio y tu olvido.

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