La oscuridad y el miedo

Una modesta alberca es cuanto necesito, que el agua me eleve y me coja en brazos. Con las orejas dentro de su calidez oír el sonido del motor y las voces en modo mono. Sentir que estoy en un vuelo. "Abrochen sus cinturones, sigan las instrucciones del personal de vuelo. El capitán y la compañía les desean un feliz viaje".
La oscuridad alivia mis ojos y sólo un atrevido rayo de luz multiplica los objetos del salón. Crea cuajos de muebles por donde chorrea hasta retirarse de forma casi litúrgica de nuevo por la ventana por donde entró.
Soy una niña de apenas 7 años. Mi madre  es la columna vertebral que sostiene el hogar que me protege. Apenas heredé nada de ella. Creo estar cincelada a base de padre, de ahí las alas, pero ella es el sostén, el refugio, el complemento y el pragmatismo, de ella aprendí a querer con prudencia. Madre es la banda sonora que eliges para acunarte la infancia en días de asueto, cuando la nostalgia es una cabra pastando en tu cerebro.
- Baja a tirar la basura.
Me lo dice con una tranquilidad pasmosa. Tal vez es desconocedora de lo que sucede. La ignorancia es un regalo de la consciencia, pienso en ocasiones.
Cojo la bolsa por el nudo. Enciendo la luz. Y se oye un clack Rshh y un cronómetro se pone en marcha rrrrrrrrr. Se supone que es el contador de la escalera. Pero no. Es él. Sé que es él: el monstruo que vive debajo de los buzones.
El último tramo lo hago de dos saltos. No hay ni un niño más rápido que yo en todo el barrio.
Llego al contenedor. Sólo los ojos de mi madre, desde el balcón, son capaces de perseguir mi velocidad, de captar la carrera con una foto finish.
Vuelvo al portal. Antes de que el reloj se pare, antes de que me arranque el alma esa cosa. Me pregunto de cuántas personas lentas se habrá alimentado en los últimos años y cuánto tiempo será capaz de aguantar sin cazar. Nunca me he tropezado con un vecino a esas horas, será por... Descarto la idea y subo corriendo y rezando un Padre Nuestro a la vez.
Llego exhausta arriba. Quinto piso sin ascensor y me llevo una reprimenda.
Me puedo caer y hacerme daño, dice.
He sobrevivido, pienso.
Ahora soy la adulta. Saboreo la oscuridad  como un bulevar de chocolate puro por donde me muevo cómoda. Cada cosa huele e interacciona conmigo sin adornos, con plena esencia. Su belleza o su carencia no perturba mi ánimo.
Me anuda al presente. Las pupilas se dilatan para acomodarse y entonces me permite materializar sentimientos sin juicios. Una realidad suavizada y objetiva vive dentro de  ella.
El secreto está en que no se te cuele dentro.
El miedo me hizo rápida y la oscuridad el resto.


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