MANUELA DE AGUA

Manuela era un ser de agua.
El día que Manuela nació llovía. Había agua por todas partes, por dentro y por fuera de las casas. Agua por encima del mar y sobre todas las personas mojando cada paraguas. Por eso la madre de Manuela no se dio cuenta que estaba de parto y Manuela vino al mundo de un porrazo. Cayó dentro de un charco al salirse de casa madre y a la pobre, que no se lo esperaba, se Le pararon todas las cosas interiores y se quedó tiesa en el sitio. El padre de Manuela lloraba, parecía un cielo nublao, no podía ya parar de llover también por los ojos y recogió a Manuela que era pequeña, pero no pequeña como los otros bebés, pequeña como un tarro de garbanzos, como un boleto de lotería, como un sueño y olía a cosas que no recuerdas el nombre y nunca has visto, a fruta bomba, a ave del paraíso, a desierto y lloraba demasiado porque echaba de menos a madre. Entonces su padre la metió en una pecera de agua tibia y así se calmó y así vivió y el cielo escampó.
Cuando tenía 12 años había crecido un poquito pero seguía ocupando la palma de la mano de padre y su pecera. Padre la llevaba a misa los domingos. Le ponía un traje blanco y bailaba como una medusa, como una llama de luz fosforescente. Su padre rezaba por ella, por que no se ahogara nunca ni dentro ni fuera del agua.
T era el monaguillo y estaba enamorado de Manuela. 
Sus ojos parecían pegatinas en la pecera de Manuela y cuando el cura le daba la comunión a trocitos, Manuela era como una sirena que cazaba pedacitos de hostia desmigada mientras sonreía a T con los ojos.
T aprendió a dormir y crecer con una caracola en la oreja, para sentirse cerca de ella e intentar comprenderla y soñaba que nadaban juntos en la piscina del pueblo y que pasaban los domingos en el río. 
Un día se atrevió. 
Esa mañana había desayunado fuerte y sintió que toda la fuerza que había estado acumulando en sus ya 16 años de vida cabían y se desparramaban por su angosto cuerpo adolescente y le subían por las tripas hasta la voz.
- Manuela, padre de Manuela. ¿Me otorgan el permiso para que Manuela me acompañe a doblar campanas?
Claro que dijo que sí. Claro que su padre dijo que sí sólo con la boca.
T tenía tanto miedo de resbalar por la escalera de caracol que llevaba al campanario que sólo llegó a la sacristía. Puso un pen en el equipo de música y a Manuela sobre el secreter y las campanas empezaron a sonar con sinfonías que él había estado confeccionando durante todo ese tiempo. Era hermoso. Él, vestido de negro, giraba y giraba, ella, vestida de blanco, se enamoraba, se enamoraba y le daba bocaditos en los dedos de la mano cuando éste le acariciaba.

Por la noche. Empezó a llover de nuevo. Como aquel día y Manuela y Padre volvieron a entrar en pena y un viento enorme y celoso entró por la ventana y Manuela se cayó al suelo por segunda vez y a  Padre del susto se Le paró todo lo del interior y T  ese domingo tocó por última vez las campañas. 
Antes de llegar al suelo, y que sólo quedase yo para contar esta historia, pensaron que era un cuervo. 
Ojalá se lo lleve todo el agua al sitio donde van las cosas que se lleva el agua y allí se vuelvan a encontrar.












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