LA NOCHE



La noche, cuando no es poesía, cuando no es amor o farra, cuando se la desahucia de esa hermosura dogmática, se convierte en el alimento de los fantasmas que molestan en la cabeza con una bocina y una bufanda del Hércules cf.
La noche en prosa es un cuento de Poe, un gigante pantagruélico que devora los objetos de la casa y a las personas a las cuales sólo llegarías a reconocer por el suave gemido de su olor o su anárquica forma de dormir.
La noche es un ladrido postrado e impaciente ante la verja del atardecer con el culo del frío sentado en mi cara.
La noche es la boca desdentada de Dios.
El azote que reverbera en mi severa inestabilidad sentimental no diagnosticada.
Me desprendo entonces de la corteza firme de mis sábanas para precipitarme por el abismo espacial e inabarcable que inventaste para nosotros. Una construcción megalítica construida por el mismo Adonis ante los ojos ensimismados del jabalí y de Afrodita.
Me atraviesa un recuerdo y dibujo su idealizada y memorizada figura como la alabanza a una belleza advenediza y persistente para su edad. 
El querer se ha convertido en una necesidad, en la obsesión de saber si ahora disfruta los domingos al sol de la serenidad de mi inexistencia. De si le gustaría saber que pegaría su cabeza a mi teta para que escuchara el latido de mi corazón o, en caso de ausencia del mismo, sintiese su calor. Si conseguiría de nuevo  partir mi cuerpo en dos desde las piernas,sibarita carnívoro de carnes blandas, adicto al cloroformo resultante de mi excitación vertical.
Consigo dormirme.
Por la mañana, cuando se desempañan los cristales del coche con la calefacción, aparece una polla dibujada en el parabrisas. Tal vez una señal. Ojalá pudiese utilizarla mientras desayuno en la oficina.
Semiverdades y semimentiras fluctuantes y líquidas sobre la belleza del abandono.



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