Exoplaneta

 

Es complicado mantener el equilibrio de una conversación cuando cojea el obstáculo que te separa del adversario.
Sentados frente a frente una mesa hace de trinchera ante ambos. 
Es complicado mantener el equilibrio de una conversación cuando a uno de los dos le arde el corazón y para colmo de males es el propio.
Toc
         toc
toc,
la mesa coja marca la inclinación de los fideos, a babor o estribor, náufragos confundidos en un caldo de gallina y cosas.
Mis nervios no soportan más la situación y salgo dando un portazo de la casa dejándole dentro con sus argumentos patológicos y me pongo a conducir, con el brazo por fuera y la música de mil infiernos condensados a toda hostia.
No me gusta conducir. Conduzco porque una vez tuve 18 años y un Simca 1200 de mi abuelo en la puerta y a los 18 años haces cosas, menos que ahora, pero más trascendentales, eso sí. De hecho estoy prácticamente segura que todo lo aprendido lo hice hasta esa edad: andar, hablar, controlar esfínteres conducir, estudiar,  bailar, enamorarme y desenamorarme... El tiempo solo ha conseguido modificaciones no relevantes para estos estados vitales y alguno más que no mencionaré por falso pudor.
Conduje mucho y lejos, como si la gasolina me la regalaran y los kilómetros fuesen inversamente proporcionales al tiempo y de repente me pudiese plantar de nuevo en 1999. De repente un conejo cruzando la carretera me hizo entender que querer huir hacia atrás es tan absurdo como huir hacia lo hondo, cuando deja de llegarte oxígeno al cerebro y te posee la palabra más etérea del diccionario: esperanza.
Un recuerdo de dentro de 25 años, bailando los pajaritos juntos en Benidorm me  invadió y di la vuelta en dirección a casa.
Ojalá haya tortilla de patatas sin cebolla para cenar o al menos que no haya tirado el caldito.




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