La riqueza relativa


 

Tenía 8 años y 50 pesetas. 

Me sentía tan rica que dediqué 3 inmensos días en meditar  cuál sería la inversión correcta. Supongo que no fue la idónea porque no recuerdo el resultado y la gratificación final, y así hasta hoy, todo mal.

Décadas después, sentada en el malecón, tocaba con mis pies la barba azabache de la noche y una melodía sonaba desde el clarinete de Woody. Yo arrastraba  mi mano por su espalda hasta el final, dónde cambia el nombre y, disfrutando de su volumen, le invité a bailar iluminados por la luz amarilla de una luna de óleo sobre lienzo como en un cuadro de Hopper.
Ya el uno frente al otro, en una danza torpe y poco afortunada, unimos los labios urgando con las lenguas los latidos del deseo de unos cuerpos rendidos, de antemano, a un futuro próximo, ubicado en el tercer piso de un motel sin ascensor.
Una vez dentro de la habitación, Un rubor denso se hincó de rodillas desde su cara hasta mis muslos que me hizo lidiar con el equilibrio y la verticalidad, perdiendo de vista, por unos instantes, la puerta que nos miraba sin pudor.
El resto se puede imaginar y yo, incluso, reservar.
A veces eres rica revistiendo grietas y otras con 50 pesetas.
Es la magia de los conceptos.



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