La poesía, dicen

Hay gente con mucho frío lejos de aquí, un frío que les quema los mofletes y yo ni siquiera lo noto. Podría ser triste el resultado de mi falta de empatía mientras me veo paseando por la orilla de la playa con la falda arremangada.
Vuelvo a casa.

El grifo pierde agua y desde la cama oigo el TAC TAC como el latido del corazón del fregadero, la humanización del objeto  desestabiliza mi descanso. La risa del diablo se bambolea dentro del camión de la basura y la noche aplasta conciencias sobre viscoelásticas, si eres de los afortunados o sobre cualquier otro material más rígido y menos ergonómico si eres de los otros, de los que jamás leerán lo que escribo.
Pero esta noche quiero acariciar su piel negra de oscuridad, visible sólo al tacto.
Dibujar sus orillas con el vértigo de lo desconocido, lamer los desfiladeros de carne  feroces  que mueren en su lado de la cama. Musitarle algo al oído del tipo: me pone muy marrana escuchar tu gemido y que  dispare todo el amor en mi garganta.
A veces la poesía habita en jardines que rodean a inútiles señoras exiguas, con espigas de oro en el pelo y otras, en urinarios de tugurios de mala muerte donde la gente que no sabe beber se descompone cada noche rodeada de moscas y arrepentimientos.
Hete aquí su gracia . 
Si fuera una persona, sería un ser enfermo, con trastornos ciclotímicos. Para nuestra fortuna sólo es la gestación de los deseos de libertad de cualquier pensamiento inapropiado y  recurrente que nos raja el cerebro como si de un útero se tratara, que pare y  se conforma contra un papel para, de esa forma, devolvernos la anhelada paz  tras la debacle.




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