REPONEDOR DE SOLES
Hubo un tiempo en el que yo vivía en otro sitio.
Vivía en otro planeta. Es un planeta paralelo a este donde cada
uno de sus habitantes cuidamos de cada uno de los terrícolas. Es nuestro trabajo, es nuestra función.
Pero me enamoré. Me enamoré de T. Me enamoré de mi humano mientras le miraba con mis gafas de lejos desde mi ventana.
T vivía detrás de una montaña donde cada tarde se descolgaban del cielo los soles, T los recogía con las pinzas de la barbacoa y empezaba a correr por la parte de atrás del mundo durante toda la noche y los volvía a lanzar al aire desde la montaña opuesta a su casa.
Ese era su trabajo, esa era su función y de tanto mirarle el corazón empezó a hacerme cosquillas en la piel y se me puso gordo como una sandía.
T, cuando descansaba los días de tormenta, siempre le pedía a las estrellas un unicornio que le ayudase en sus tareas, y yo, muertecita de amor me até un día una piedra al pie izquierdo y empecé a descender hasta la casa de T con mi regalo. Me extrañaba tanto que alguien quisiera a este bicho para transportar soles... Pero es que T era alguien muy especial y no volví a pensar en ello.
Tardé 3 días en llegar.
Cuando llegué T me miraba con los ojos y la boca bien abiertos.
- Soy Ana. Este es tu unicornio.
- Ana, yo soy T y esto es un rinoceronte.
Noté que el corazón se me hacía pequeño y se me secaba y se me salía por los ojos que a su vez se me derretían y se me resbalaban por los mofletes como agua.
Entonces me pellizcó la barbilla y me invitó a un cafetito y me explicó que a veces la realidad supera la ficción, que la imaginación embellece las cosas y que era evidente que yo tenía razón con mi unicornio, perdón, rinoceronte y que si me quería quedar a tomar cafetitos todos los días de mi vida y le dije que sí, claro.
Vivía en otro planeta. Es un planeta paralelo a este donde cada
uno de sus habitantes cuidamos de cada uno de los terrícolas. Es nuestro trabajo, es nuestra función.
Pero me enamoré. Me enamoré de T. Me enamoré de mi humano mientras le miraba con mis gafas de lejos desde mi ventana.
T vivía detrás de una montaña donde cada tarde se descolgaban del cielo los soles, T los recogía con las pinzas de la barbacoa y empezaba a correr por la parte de atrás del mundo durante toda la noche y los volvía a lanzar al aire desde la montaña opuesta a su casa.
Ese era su trabajo, esa era su función y de tanto mirarle el corazón empezó a hacerme cosquillas en la piel y se me puso gordo como una sandía.
T, cuando descansaba los días de tormenta, siempre le pedía a las estrellas un unicornio que le ayudase en sus tareas, y yo, muertecita de amor me até un día una piedra al pie izquierdo y empecé a descender hasta la casa de T con mi regalo. Me extrañaba tanto que alguien quisiera a este bicho para transportar soles... Pero es que T era alguien muy especial y no volví a pensar en ello.
Tardé 3 días en llegar.
Cuando llegué T me miraba con los ojos y la boca bien abiertos.
- Soy Ana. Este es tu unicornio.
- Ana, yo soy T y esto es un rinoceronte.
Noté que el corazón se me hacía pequeño y se me secaba y se me salía por los ojos que a su vez se me derretían y se me resbalaban por los mofletes como agua.
Entonces me pellizcó la barbilla y me invitó a un cafetito y me explicó que a veces la realidad supera la ficción, que la imaginación embellece las cosas y que era evidente que yo tenía razón con mi unicornio, perdón, rinoceronte y que si me quería quedar a tomar cafetitos todos los días de mi vida y le dije que sí, claro.
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