LA ABUELA

Hoy se ha hecho mayor de edad el segundo milenio y ella por poco no lo ha visto.
A ratos me mira cuando la miro desde una foto.
Qué bonitas las fotos. 
Ella guardada en un cajón. 
Cuando era joven, 
cuando era vieja, 
cuando era criada, 
antes de ser bisabuela, 
cuando solo era una novia, una hija, una hermana.
Sus manos de jengibre acariciando montañas de lana.
Su pelo hilvanado de grafito y plata.
Sus poquitas pestañas como patas de mosquito arañando sus ojitos de picual.
Historia de España en un cuerpo de mujer. 
No mascó ni enrojeció la tierra de las cunetas. 
La muerte atacó a su hermano de frente por la "franca" gracia de Dios, mientras la servidumbre la rescataba del hambre que se pega al hueso cobrando en especias para que también comiera su madre ciega y su padre preso.
Sólo tenía noventa y tantos y la piel era tan suave que se transparentaba, como una lonchita de jamón York, como carne de Medusa. Podía ver el mapa de sus venas, escuchar su sangre como un suspiro de Dios.
Tantas noches le rezamos juntas al niño Jesús, siendo niño como yo, que casi me lo creo.
El tiempo ha desabrochado la distancia entre los cuerpos. Grietas negras de soledad inaudita, de profundidad abisal se me incrustan en las florecientes arrugas del gesto como el negro de la piel de las habas a las uñas cuando las desgranábamos juntas.
Un millón de estorninos de corazón caliente y acelerado dibujan un cielo de fantasía donde me gusta pensar que ya corre y vuela que de un solo golpe de efecto se aplastó el dolor.
El abuelo está triste. El abuelo está más triste que cualquiera de sus hijos tristes. Me asusta imaginar lo que piensa.
La casa ya no es casa es un solar amueblado. Necesitamos más tiempo para interiorizar lo aprendido, para exteriorizar lo sentido. Tenemos tanto. Y tanta suerte de haberla conocido que estamos obligados a continuar el camino.
Aunque parezca triste esto es sólo una historia de amor.

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